CRITICA “I am Legend” / “Soy Leyenda” -1958 escrito
por Richard Matheson
Soy Leyenda. Soy Transformación. Soy Ironía.
* * * *
¿Qué le queda a un hombre cuando
se sabe el último de la especie humana? Cuando pensar en el pasado implica
recordar a la familia que él mismo enterró y no hay futuro a la vista. En qué
emplear el tiempo -del que es único dueño- y los bienes que pueda tener a su
alcance, cuando nadie puede detener ni cuestionar su accionar ni sus métodos.
La deuda para con una sociedad, con una especie, por haber sido tocado
mágicamente con la inmunidad que lo mantiene sano en un mundo infestado de
humanoides vampíricos. Sobrevivir. Por instinto, decisión, culpa, aburrimiento,
inercia.
“Soy
Leyenda” es transformación. Robert Neville se transforma. Pasa de ser un padre
y esposo sin aptitudes sobresalientes, una persona de esas que no reciben el
martillazo, y se convierte, primero, en sobreviviente de una epidemia extraña
capaz de reanimar a los muertos y llevar a los vivos a un estado donde
sobreviven la muerte a costa del canibalismo, la anomia (legal y biológica) y
la violencia. Luego el sobreviviente, sano e inmune a la infección, se
transforma en la última esperanza para una especie casi extinta. Se transforma
en mecánico para reparar su refugio, bien provisto de generadores, comida,
herramientas y auxilios; se transforma en médico al curar sus heridas; se
transforma en sacerdote al enterrar a su familia; se transforma en científico
al buscar la cura. Se transforma.
No
lo sabe, pero no es el único, y paralelamente la sociedad se transforma también.
Lo que era en otro tiempo sano se vuelve ahora la enfermedad. Un grupo de
infectados que, de alguna forma que el libro no termina de dejar bien en claro,
no sufren los terribles síntomas que entregaba el virus apocalíptico y logran
sintetizar un medicamento capaz de mantener la carga viral a raya. La sociedad
se transforma y ahora, Robert Neville, el único enteramente sano, se vuelve el
germen de una nueva sociedad. Germen que, necesariamente, debe ser exterminado.
Robert Neville, siempre abordado
desde la tercera persona, es el héroe en este escenario. Poco se llega a saber
acerca de su vida antes del primer brote de la “plaga”. Entre sueños y
recuerdos esporádicos, Richard Matheson reconstruye el contexto básico de un
ser confiable y de principios. Sabemos que tuvo familia –y que la perdió al año
de la infección-, que era un hombre metódico y reflexivo, fuerte física y
emocionalmente, sensible y decidido a no dejarse vencer: ideal caballero en
lucha contra su quimera, el virus.
Pero esta cruzada le cuesta caro y
se encierra en su rutina. Rutina que consiste en reparar la casa de los ataques
nocturnos, provisionarse, instruirse en bibliotecas acerca de virus, vampiros,
químicos, sangre, biología, física, etc. También incluye, durante el día, horas en que los malos
descansan, salir a casar a estos demonios. Tanto se encierra que pasa por alto
el nacimiento de una nueva generación de infectados, más resistentes a los
rayos del sol, al ajo (por el cual sentían repulsión) y capaces de socializar y
socializarse. Nuevos individuos formarán la nueva raza humana. Entonces, al
cazar a los especímenes “primitivos” de esta nueva raza, a los predecesores del
nuevo genoma dominante, Robert Neville se transforma en una criatura mítica, mística
y única, que vaga en soledad y en pena mientras todos descansan, dosificando su
venganza contra los diferentes en forma repetitiva y sistemática, difícil de
vencer y que vive en una fortaleza. Robert Neville se ha convertido en vampiro.
Una incursión
original en la ciencia ficción apocalíptica. Un desenlace sumamente
cuestionador explota sobre el final; mientras a lo largo de toda la novela se
da una excelente narrativa, llena de juegos y descripciones, breves pero
necesarias.
La atención en
el texto está controlada de una forma muy interesante. El lector sólo está
presente en el panorama del protagonista, siendo ojos y oídos de la última
persona sana. Mediante la dosificación de las acciones entre los capítulos, la
historia envejece junto con el personaje, llegando al final a capítulos más
breves y concisos, que representan casi sumariadas acción tras acción,
reparando cada vez menos en descripciones situacionales y de ambiente: cada vez
se necesitan menos palabras; cada vez el lector entiende más al protagonista,
al mundo en que se mueve y cómo lo hace.
Tan buena es la narrativa que más de una vez el lector consigue ponerse
por unos instantes en los zapatos del héroe, reaccionando de la misma forma
ante ciertos episodios: hacia los tres cuartos del libro aparece un perro sano
(en pésimas condiciones, pero no infectado), al cual durante semanas trata de
ganarse en cariño mediante presentes de comida y agua fresca. Toda la secuencia
de aproximación del animal es sumamente emocionante y uno no puede evitar
suspirar un “No!” cuando el perro muere a los pocos días de haberse encariñado.
El lector se transforma.
Acompañada por
una investigación casi verneana sobre la mitología vampírica, “Soy Leyenda”
encuentra la explicación a algunos aspectos vox populi del tema: la repulsión
por el ajo, las estacas, el miedo por las cruces, la exposición a los rayos
ultravioletas, etc. No es algo menor, dado que esa investigación es la que
buscará encontrar el nexo entre la ciencia y la ficción, cosa que dentro de
este género resulta imprescindible.
Claramente
Robert Neville es el personaje principal, el héroe en este mundo. Y si hay
héroe, a mi entender, hay un patiño, un compañero. Su nombre es Ben Cortman, y
es un vampiro. En vida viva era el vecino de Robert; ahora muerto solía
prestarle guardia a su casa, esperando que saliera por el porche para atacarlo.
Sin embargo, y uno sólo lo entiende hacia el final, durante toda la novela Ben
suele llamar a gritos a Neville: “Neville! Sal de ahí”. Algo muy especial para
la fauna de monstruitos incoherentes con los que se cruza. Recordaba su nombre,
y lo reconocía. Una pista gigante acerca de la capacidad del virus de convivir
con el cuerpo que lo hospeda. Lo que será, más tarde, el origen del nuevo
orden. Dato al que no se le pasa demasiada importancia.
Tenemos héroe
y compañero. Falta pues el enemigo. Y no vale decir que el enemigo son quienes
atacan la casa de Neville todas las noches, los vampiros, pues sería tonto
confundir enemigo con depredador. No. El enemigo en esta historia tiene forma y
nombre de mujer: Ruth. Una muchacha –infectada- enviada por la “nueva sociedad”
a estudiar sus debilidades como germen patógeno, para asegurar su destrucción.
Por supuesto, Ruth no es en sí mala, encarna al verdadero enemigo. El cambio. Y
lo hace con ternura y fragilidad. Ahora con Ruth en la escena el papel se
vuelve rosa y aparece la historia de amor. El muchacho tosco de civilidad y la
niña asustada se van abriendo, las defensas caen, y se besan.
Esta mujer,
Ruth, quien en principio para Neville representa una nueva fe en el futuro,
perdió a su marido y a su hijo hace pocos días. Ambos estaban infectados y
murieron bajo el yugo Nevilleano sin saberlo. Luego de una aproximación tosca,
unas charlas, unos vinos y unos besos, la desesperación se apodera de ambos y
Robert ve necesario hacerle un análisis de sangre para asegurarse que esta
mujer, nueva brújula en su mundo sin rumbo, viajaría junto a él muchos años en
salud. Al ver a través del microscopio recibe del brazo femenino un golpe y un
pasaje a la inconciencia. Al despertar encuentra una carta. Carta magna que
explica el futuro. Explica el nuevo orden y alienta el exilio de quienes no
sean parte, so pena de exterminio.
Robert no se
va y espera que vengan por él. Gracias a
Ruth saben donde encontrarlo. Y lo hacen. Y muy humanamente, los vampiros lo
exterminan.
“Neville observó a los nuevos habitantes
de la tierra. No era uno de ellos. Semejante a los vampiros, era un anatema y
un terror oscuro que debían eliminar y destruir”.
Ideas quizás trilladas pero con excelentes giros
de originalidad, entrañables personajes, escenarios apocalípticos, ciencia, y
una prosa directa, que no repara en barroquismos innecesarios, hacen de esta
obra un ejemplar altamente recomendable dentro del género de la ciencia
ficción.