miércoles, 4 de julio de 2012

Más cosas viejas...


EL CUENTO DEL AMIGO... vamos!!

Mic de contacto
CASA DE MUSICA:
Vendedor: BUenas!
Yo: como va?
V: todo bien, decime.
Y: necesitaba un microfono de contacto...
V: para criolla?
Y: no...
V: para violin?
Y: no...
V: para cello? contrabajo?
Y: no... para banjo.
V: Ah... creo que no tengo...
Y: no son todos como medio iguales?
NdA: los microfonos de contacto son como mics con pincitas que se enganchan a cualkier instrumentos y recogen y amplifican las vibraciones del instrumento ;)
V: mmm a ver... Andres, sirve un mic de contacto cualkiera para amplificar un banjo?
Andres: seeeee..... (Buen vendedor!!)
Otro tipo de locura
Bueno, la secuencia siguio como se imaginan, pagando y esas cosas. Lo interesante fue lo ke paso al lado mio, entre otro cliente y este chico Andres...

Cliente generico, rubiecito de rulos, inofensivo, pendejo, ojos claros: buenas!
A: Que tal?
CGRRIPOC: todo bien... me mando un amigo a comprarle una pulsera metalera...

CUAAAAAAAAAAAAAAARKS!!

A: mmm... no vendemos aca, fijate en Lokuras o un lugar asi, por las galerias.
CGRRIPOC: Ah.. bueno, gracias!

Bueno,nada, me puso a pensar.
Hace 10.000 ke empezamos a producir, como hombres, en la tierra, en vez de depredar con lo ke nos cruzaramos... Creo que masomenos por esa misma fecha (sino antes) debe haber nacido el cuento del amigo:
"no, me dijo un amigo que tenemos ke plantar estas semillas y crece algo re zarpado"...
Estamos un poco adelantados ya y NADIE, pero NADIE tiene ke kreerse el cuento del amigo... sobretodo cuando se va a comprar una pulsera metalera, una crema para el herpes, unos zapatos de taco, etc, etc.
Asi que gente, pongamos un poco de onda al asunto y cuando escuchemos que alguien nos kiere contar la situacion en la ke se encuentra el "amigo" (jeje) hagamosle pasar un mal rato, siempre con buena onda, pero para que aprendamos a dejar una fea costumbre de lado. Imaginen, TODOS la usamos en alguna epoca, en algun momento oscuro de la vida donde no podiamos afrontar nuestros deseos reales; si esos amigos existieran, serian super felices, imaginaos! Usan todo lo ke nosotros kerriamos usar y no nos animamos a admitir en su momento, todas las actitudes ke muchas veces kisimos tomar y no tomamos, pero metimos en algun consejo para un amigo (de los reales): "no hagas eso, conozco un loco que..."
No se, estaria lindo, si kieren, a modo de descargo y si alguien lee esto, ke publiken en ke situacion recuerdan haberlo usado, kizas descargan un pokitito de karma o se sienten mejor, o kizas simplemente nos generan una risa. A ver ke pasa :)
Fabrizio (Titanic) grita: "Bastardo!!"
Personalmente les cuento: cuando compre la bicimoto me cai a la semana kreo y bananee toda la rueda de atras y cague el embrague. La llevo al mecanico:
"Nooo, lo que pasa es que se la preste a un amigo y nada, la hizo perchi el chabon"
Seguramente tenga más, pero es la ke me vino a la mente. Asi que gente, vamos! sakense esos tapujos!!

Alter Ego: 2011


INTRODUCCION

¿Y porque la introduccion no fue al principio?
La Mosca Discursiva
Creo que todos los blogs tienen una especie de presentación o algo por el estilo, asi que acá va la nuestra:
Bueno -gesto de manos como ese que hacen las moscas- , como bien se deduce del titulo, el concepto ideologico de este espacio no es mas que tirar las cosas a la cara, como debe ser, esperando de esta forma afectar al lector (por eso la intro esta acá, recien después de un par de entradas). Esta práctica, que abarca desde las proyecciones seminales hasta las proyecciones seminales, es por todos entendidas y a veces hasta refraseada dependiendo de la situacion: cortita y a la nariz, tokecito al pie, y 60 a tigre; claramente con el objeto de enfatizar el destino del mensaje y no tanto el mensaje en sí que, ya se van a ir dando cuenta, es bastante mediocre.
En fin, esperamos que lo disfruten y por qué no que nos inviten a algun asado, festichola, jodita, etc. Comenten mucho y, como dijo Xerxes en 300: "abracennos como sus nuevos dioses".
Los keremos!!!

Crónica


Compremos unos dólares

El microcentro porteño estallaba de actividad. Era la 1 del mediodía de un miércoles cualquiera y, como hormiguitas en hileras, las personas recorrían las aceras angostas y abarrotadas de las aledañas a peatonales como Florida y Lavalle. Manzanas cosmopolitas que nuclean diariamente gente de distintos lugares y de distintas ocupaciones
     Es en las avenidas donde la actividad bancaria encontró su nicho, instalándose allí las entidades financieras más grandes y las casas matrices de los bancos más antiguos del país. Lo que hay en el centro es plata. Y poder. Todo legal. Donde se juntan esas cosas siempre aparece la alternativa, un poco menos legal pero de dominio popular. Ejemplo de ello son las cuevas de cambio.
     Cerca de la esquina de Sarmiento y Reconquista, una de ellas invitaba a los transeúntes a pasar y adquirir divisas. No se escuchaba el constante y potente pregoneo que hace unos meses. En la puerta, un hombre de unos 40 años sostenía un cartel tamaño A4 que decía: “Dólares –y abajo- Compra-Venta”. Adentro, en un espacio de tres metros por uno probablemente, un mostrador de metal hasta el metro y medio desde el piso y un vidrio en la parte superior. Detrás del vidrio había un monitor, un señor apenas más joven que el de la puerta y un silencio sepulcral, pese al ajetreo en el exterior. “Te vale cinco pesos con treinta”, “te cambio hasta mil”, “20% de comisión” fue lo que respondió. Básicamente, adquirir mil dólares costaría $5300 más, o $1060 de comisión, o U$S 200. La gentileza del caballero al explicar que se podía pagar la comisión en cualquier divisa fue excepcional, y una sonrisa se le dibujaba mientras articulaba los números.
     A cuatro cuadras de ahí, en San Martín y Tucumán, había otra cueva. La fachada era similar y a diez metros de la puerta otro caballero sostenía otro cartel: “U$S – C/V (compra/venta)”. Nuevamente, sólo un mostrador, metálico en la parte inferior, vidriado por encima, la computadora y el cajero. Esta vez, por $5,12 y la misma comisión (ahora sólo cancelable en pesos) podría cambiar hasta dos mil. Los gestos del cajero se veían apenas a través del vidrio semi opaco, lleno de viejos carteles arrancados y marcas de pegamento.
     En una galería en Suipacha y Viamonte había otra. Para llegar hubo que descender por la boca de la galería algo así como un metro y medio, cruzar por la puerta de un café y llamar a la puerta vidriada del local que dice: “Cambio”. Todas las paredes del negocio estaban cubiertas con contact negro salvo en la puerta una franja horizontal sin cubrir de 20cm de ancho, a la altura de la cintura. Cinco cuarenta costaba cada dólar, 18% de comisión y hasta dos mil. Sin mostrador, sólo había sobre un escritorio de oficina una calculadora y un cuaderno.
HG es un gran importador de telas. Administra varios mayoristas en la zona de once y produce en talleres propios géneros para exportación. “En el país hay plata -aseguraba mientras la secretaria servía dos cafés- Mucha plata negra”. El despacho G abundaba en muebles de madera oscura, una mesa magníficamente labrada y de casi dos metros, cubierta por un mantón verde oscuro, estanterías, cuadros y fotos. Un ventanal lo comunicaba con un patio privado de tres metros de ancho por tres de largo, con luz natural y varias plantas y árboles en saludable forma. “Andá a ver a este tipo, yo le aviso que pasás”, dijo.
     Avenida de Mayo –el regreso a las avenidas-. La operación cambiaria fuera del marco “legaloide” cambió de tono. En la entrada del edificio un agente de seguridad tomaba el número de documento de todos los que entraban en calidad de visitantes: chicos de reparto, cadetes, amistades, clientes, cobradores, técnicos. En el segundo piso sólo había dos oficinas: un estudio de abogados (por lo que decía la chapa en la entrada) y otra, sin rótulo, con un número 8 de bronce y un portero eléctrico. Luego de tocar, una agradabilísima secretaria en sus 30 abrió y ofreció asiento con la mano, señalando una hilera de butacas. “Voy a avisarle al Sr. F”.
     La oficina del Sr. F era pequeña pero acogedora, con cierto toque femenino del cual, seguramente, estaba a cargo la señorita de la recepción. Si bien no había una gota de tensión en el ambiente, se podía notar que en algunos momentos la había habido. “Allá manejan mucho caudal, vas a ver, pero de otra forma”, había advertido HG. Quizás era por esa sugestión, pero se notaba. Era algo difícil de explicar. Era un lugar demasiado tranquilo en sí, pero cuando hay dinero sobre la mesa, y más en cantidad, la gente se transforma. Todos sus ahorros, papelitos, sobre la mesa. Es lógico.
     Sin embargo, la calidez del Sr. F a la hora de explicar el negocio era maravillosa. Con explicaciones políticas, económicas y sociales matizaba la conversación que de haber sido repetida tantas veces ya hasta tenía su propia tonada y era inmune a las interrupciones: “Yo no soy una casa de cambio. Yo tengo dólares. Si no los tengo, los consigo. Pero vos nunca te vas a enterar. Yo te vendo mis dólares. No te cobro comisión, pero porque no me venís a comprar cinco mil. Vos venís acá para comprar los dólares para tu casa, para tus deudas, para tus apuestas.” Dio dos ejemplos: uno inmobiliario y otro sobre un negocio que salió mal. Continuó y cerró con una frase tan simple que asusta: “El precio lo pongo yo. Y depende qué tan bien parado te vea. Siempre entre seis y siete pesos”.
     Mientras se levantaba, terminada la reunión, corroboró que su nombre no figuraba en los apuntes y pidió un seudónimo: “¿Cómo quiere llamarse?”, “F, por Franklin”.

lunes, 2 de julio de 2012

CRITICA: Soy Leyenda


 CRITICA                                                       “I am Legend” / “Soy Leyenda” -1958                                                                                                                   escrito por Richard Matheson
 Soy Leyenda. Soy Transformación. Soy Ironía.

* * * *
¿Qué le queda a un hombre cuando se sabe el último de la especie humana? Cuando pensar en el pasado implica recordar a la familia que él mismo enterró y no hay futuro a la vista. En qué emplear el tiempo -del que es único dueño- y los bienes que pueda tener a su alcance, cuando nadie puede detener ni cuestionar su accionar ni sus métodos. La deuda para con una sociedad, con una especie, por haber sido tocado mágicamente con la inmunidad que lo mantiene sano en un mundo infestado de humanoides vampíricos. Sobrevivir. Por instinto, decisión, culpa, aburrimiento, inercia.
                “Soy Leyenda” es transformación. Robert Neville se transforma. Pasa de ser un padre y esposo sin aptitudes sobresalientes, una persona de esas que no reciben el martillazo, y se convierte, primero, en sobreviviente de una epidemia extraña capaz de reanimar a los muertos y llevar a los vivos a un estado donde sobreviven la muerte a costa del canibalismo, la anomia (legal y biológica) y la violencia. Luego el sobreviviente, sano e inmune a la infección, se transforma en la última esperanza para una especie casi extinta. Se transforma en mecánico para reparar su refugio, bien provisto de generadores, comida, herramientas y auxilios; se transforma en médico al curar sus heridas; se transforma en sacerdote al enterrar a su familia; se transforma en científico al buscar la cura. Se transforma.
                No lo sabe, pero no es el único, y paralelamente la sociedad se transforma también. Lo que era en otro tiempo sano se vuelve ahora la enfermedad. Un grupo de infectados que, de alguna forma que el libro no termina de dejar bien en claro, no sufren los terribles síntomas que entregaba el virus apocalíptico y logran sintetizar un medicamento capaz de mantener la carga viral a raya. La sociedad se transforma y ahora, Robert Neville, el único enteramente sano, se vuelve el germen de una nueva sociedad. Germen que, necesariamente, debe ser exterminado.
            Robert Neville, siempre abordado desde la tercera persona, es el héroe en este escenario. Poco se llega a saber acerca de su vida antes del primer brote de la “plaga”. Entre sueños y recuerdos esporádicos, Richard Matheson reconstruye el contexto básico de un ser confiable y de principios. Sabemos que tuvo familia –y que la perdió al año de la infección-, que era un hombre metódico y reflexivo, fuerte física y emocionalmente, sensible y decidido a no dejarse vencer: ideal caballero en lucha contra su quimera, el virus.
             Pero esta cruzada le cuesta caro y se encierra en su rutina. Rutina que consiste en reparar la casa de los ataques nocturnos, provisionarse, instruirse en bibliotecas acerca de virus, vampiros, químicos, sangre, biología, física, etc. También incluye,  durante el día, horas en que los malos descansan, salir a casar a estos demonios. Tanto se encierra que pasa por alto el nacimiento de una nueva generación de infectados, más resistentes a los rayos del sol, al ajo (por el cual sentían repulsión) y capaces de socializar y socializarse. Nuevos individuos formarán la nueva raza humana. Entonces, al cazar a los especímenes “primitivos” de esta nueva raza, a los predecesores del nuevo genoma dominante, Robert Neville se transforma en una criatura mítica, mística y única, que vaga en soledad y en pena mientras todos descansan, dosificando su venganza contra los diferentes en forma repetitiva y sistemática, difícil de vencer y que vive en una fortaleza. Robert Neville se ha convertido en vampiro.
Una incursión original en la ciencia ficción apocalíptica. Un desenlace sumamente cuestionador explota sobre el final; mientras a lo largo de toda la novela se da una excelente narrativa, llena de juegos y descripciones, breves pero necesarias.
La atención en el texto está controlada de una forma muy interesante. El lector sólo está presente en el panorama del protagonista, siendo ojos y oídos de la última persona sana. Mediante la dosificación de las acciones entre los capítulos, la historia envejece junto con el personaje, llegando al final a capítulos más breves y concisos, que representan casi sumariadas acción tras acción, reparando cada vez menos en descripciones situacionales y de ambiente: cada vez se necesitan menos palabras; cada vez el lector entiende más al protagonista, al mundo en que se mueve y cómo lo hace.  Tan buena es la narrativa que más de una vez el lector consigue ponerse por unos instantes en los zapatos del héroe, reaccionando de la misma forma ante ciertos episodios: hacia los tres cuartos del libro aparece un perro sano (en pésimas condiciones, pero no infectado), al cual durante semanas trata de ganarse en cariño mediante presentes de comida y agua fresca. Toda la secuencia de aproximación del animal es sumamente emocionante y uno no puede evitar suspirar un “No!” cuando el perro muere a los pocos días de haberse encariñado. El lector se transforma.
Acompañada por una investigación casi verneana sobre la mitología vampírica, “Soy Leyenda” encuentra la explicación a algunos aspectos vox populi del tema: la repulsión por el ajo, las estacas, el miedo por las cruces, la exposición a los rayos ultravioletas, etc. No es algo menor, dado que esa investigación es la que buscará encontrar el nexo entre la ciencia y la ficción, cosa que dentro de este género resulta imprescindible.
Claramente Robert Neville es el personaje principal, el héroe en este mundo. Y si hay héroe, a mi entender, hay un patiño, un compañero. Su nombre es Ben Cortman, y es un vampiro. En vida viva era el vecino de Robert; ahora muerto solía prestarle guardia a su casa, esperando que saliera por el porche para atacarlo. Sin embargo, y uno sólo lo entiende hacia el final, durante toda la novela Ben suele llamar a gritos a Neville: “Neville! Sal de ahí”. Algo muy especial para la fauna de monstruitos incoherentes con los que se cruza. Recordaba su nombre, y lo reconocía. Una pista gigante acerca de la capacidad del virus de convivir con el cuerpo que lo hospeda. Lo que será, más tarde, el origen del nuevo orden. Dato al que no se le pasa demasiada importancia.
Tenemos héroe y compañero. Falta pues el enemigo. Y no vale decir que el enemigo son quienes atacan la casa de Neville todas las noches, los vampiros, pues sería tonto confundir enemigo con depredador. No. El enemigo en esta historia tiene forma y nombre de mujer: Ruth. Una muchacha –infectada- enviada por la “nueva sociedad” a estudiar sus debilidades como germen patógeno, para asegurar su destrucción. Por supuesto, Ruth no es en sí mala, encarna al verdadero enemigo. El cambio. Y lo hace con ternura y fragilidad. Ahora con Ruth en la escena el papel se vuelve rosa y aparece la historia de amor. El muchacho tosco de civilidad y la niña asustada se van abriendo, las defensas caen,  y se besan.
Esta mujer, Ruth, quien en principio para Neville representa una nueva fe en el futuro, perdió a su marido y a su hijo hace pocos días. Ambos estaban infectados y murieron bajo el yugo Nevilleano sin saberlo. Luego de una aproximación tosca, unas charlas, unos vinos y unos besos, la desesperación se apodera de ambos y Robert ve necesario hacerle un análisis de sangre para asegurarse que esta mujer, nueva brújula en su mundo sin rumbo, viajaría junto a él muchos años en salud. Al ver a través del microscopio recibe del brazo femenino un golpe y un pasaje a la inconciencia. Al despertar encuentra una carta. Carta magna que explica el futuro. Explica el nuevo orden y alienta el exilio de quienes no sean parte, so pena de exterminio.
Robert no se va y espera que vengan por él.  Gracias a Ruth saben donde encontrarlo. Y lo hacen. Y muy humanamente, los vampiros lo exterminan.
“Neville observó a los nuevos habitantes de la tierra. No era uno de ellos. Semejante a los vampiros, era un anatema y un terror oscuro que debían eliminar y destruir”.

Ideas quizás trilladas pero con excelentes giros de originalidad, entrañables personajes, escenarios apocalípticos, ciencia, y una prosa directa, que no repara en barroquismos innecesarios, hacen de esta obra un ejemplar altamente recomendable dentro del género de la ciencia ficción.