jueves, 15 de agosto de 2013

Periodismo Holmes


  Todos conocemos las hazañas de Sherlock Holmes, el talentosísimo detective creado por Sir Arthur Conan Doyle que brillaba por sus deducciones en la Inglaterra del siglo XIX. Era en verdad un personaje único. Pero era detective; no era periodista.
  Aparentemente la fascinación por este célebre pensador ha llegado a infiltrarse en la esfera del periodismo, creando toda una generación de periodistas detectives que confunde su verdadera función - la de informar - con la de deducir y fascinar.  
  Tal es así que desde la semana pasada la cobertura mediática se concentró en cubrir cada mínimo paso que diera la investigación en el caso de Ángeles Rawson, la chica de 16 años que fue asesinada y encontrada en el SEAMSE de José León Suárez.
  Desde entonces y con cada pequeña fracción de información que saliera a la luz, el circo de los medios se ha encargado de construir paradigmas con diferentes sospechosos, diferentes motivos y diferentes escenarios. Pero eso está mal.
  Recuerdo el miércoles un perfil del asesino que sacó a la luz un noticiero en TV, en el que se describía en detalle las formas y preferencias del asesino. Todavía no había resultados sobre la pericia de violación y ya se hablaba no sólo de un violador, sino de un violador serial. La pericia resultó negativa.
  El jueves apareció el hermanastro como un potencial culpable. La hipótesis de violación seguía en boca de algunos aún cuando las pericias la desestimaron. Durante el jueves, él FUE el monstruo que los medios buscaban.
  El viernes el padrastro de Ángeles fue detenido y con su llegada a la fiscalía también lo hicieron las cámaras y, a través de ellas, los ojos prejuiciosos del público. El padrastro FUE, esa noche, el asesino, el inconcebible animal que violó y asesinó a su hijastra de 16 años y luego la tiró a la basura. 
  El lunes declaró el portero del edificio, haciéndose cargo de las acusaciones diciendo “yo fui el responsable”.
  Y así llegamos hasta hoy. Tres monstruos para un único crimen, igualmente levantados y barridos por el mismo aparato mediático, a piacere de los periodistas. Y ningún medio se disculpó. ¿Deberían hacerlo?
  No es ni el primer ni el último crimen en el que los medios quieren jugar a ser detectives, fiscales y jueces. Y es muy triste, casi lamentable, que el enemigo principal del periodismo -la mentira- sea la fuente de la que la maquinaria se nutre, replicándola como verdadera y creando, al fin y al cabo, escenarios y juicios fantásticos.
  El caso de los Pomar, que murieron en un accidente automovilístico rumbo a Pergamino el 14 de noviembre del 2009. Al no ser encontrados por los rastrillajes se generó el caldo de cultivo para múltiples hipótesis que cubrieron los periódicos, noticieros y emisiones radiales: el padre habría asesinado a toda su familia por un drama pasional y se habría fugado del país; o habrían sido secuestrados por captores que nunca aparecieron; o escaparon todos juntos por las deudas viciosas. 24 días después de su desaparición aparecieron cuatro cuerpos al costado de la ruta 31, cerca de un Fiat Duna Weekend volcado. Eran los Pomar. Y ningún medio se disculpó tampoco.


  O el caso García Belsunce, con más primeras planas que los Juicios a las Juntas, encontrada muerta en la bañera de su casa y cuya muerte fue caratulada como accidente doméstico. Al mes del deceso se descubrieron cinco proyectiles dentro de su cráneo. Una de las primeras hipótesis fue el robo, para la cual se realizaron infografías sobre por dónde podrían haber entrado, quiénes podrías haber sido cómplices y demás datos. Otra fue un crimen mafioso, ya que la víctima investigaba casos de tráfico de infantes. Otra explicaba que podría ser un crimen pasional cometido por su esposo, Carlos Carrascosa. Finalmente esa fue la ganadora y Carrascosa fue detenido. Sin embargo, el ADN encontrado en la escena del crimen no corresponde con las muestras de Carrascosa.


  Como periodistas, sabemos rehuir a la mentira. O al menos deberíamos. Y de no poder hacerlo, debemos al menos por respeto al público y a nuestra profesión misma, un mínimo de decoro. Ceder únicamente ante la vorágine de la información no es nuestra tarea. Nuestra tarea debe ser saber hacerlo bien. Y no sirve excusarse detrás de un testigo o acusado que miente durante los peritajes (ya que además es su derecho no declarar en su propia contra), y no sirve crear escenarios fantásticos con personajes reales, ya que es injusto para uno ir en contra de todo un sistema multimedial que lo acusa. Y no está bien decir que alguien es asesino “porque mirá cómo llora cuándo mira a la cámara”, o porque “tiene cara de ocultar algo”, como ocurrió con el padrastro de Ángeles. Está bien para quien lo quiere decir durante una cena, o un encuentro, o quizás en el ascensor. Pero éso es hacer periodismo? Basar el discurso y el mensaje en las mismas mínimas y subjetivas conjeturas individuales? Y quién salió a disculparse con los Pomar por publicar su vida entera ante las cámaras? Y quién se disculpó con los familiares de María Marta García Belsunce, por hacer públicas sus más recónditas intimidades? Y quién se disculpó con la familia de Ángeles Rawson, por hacer un circo de un hecho tan triste, tan barbárico y tan personal? Y lo peor, a quién le importan las disculpas? Siempre y cuando el televisor siga mostrando LO QUE EL PÚBLICO QUIERE VER.



No olvidemos nuestra responsabilidad. Somos periodistas, no detectives.


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