A veces, en
determinadas y numerosas circunstancias, me detengo a pensar en cómo resolver
un problema que puede llegar a venir en el futuro. Es ahí cuando inmediatamente
descarto la salvaje y habitual primera idea de escapar a México. “¿Y por qué
no?”, “¿Qué tan mal me puede ir?”, “Cómo voy a viajar ahora!”… Ayayay… Bendito
racional y a la vez autótrofo represor es nuestro cerebro y sus propios
caminos. Así que… ¿Por qué esa idea y qué cambió? Si no entienden, dicho de
otra forma. El hombre antes pensaba distinto, en muchas formas, entre otras, el
espíritu de aventura (a la vieja escuela), desapareció.
Claro que no
todos fueron siempre un Indiana Jones, algún forajido que escapa al Oeste, pero
es cierto que hubo una gran cantidad de gente que, impulsada por una aventura
terrenal, se avecinaba a diferentes empresas.
Desde Odiseo
que regresa a su Ítaca natal, luego de invadir Troya, los grandes navegantes
que confeccionaron el actual planisferio. Hay miles de ejemplos, la fiebre del
oro, las grandes migraciones, etc., etc. Seguro que también existan casos
aislados contemporáneos, pero hace tiempo no escuchamos de ellos.
Esa parte de
nosotros que nos lleva, que nos impulsa, pero no a ver una película o comprar
el último teléfono, hablamos de aventura en serio, irse a las montañas,
convertirse en geólogo, paleontólogo, quién sabe. Pero dejar lo que haya que
dejar, e irse.
Hasta la
música cambió gracias a la desaparición de esa pequeña personita. Creedence se
volvió un clásico, pero ni cerca se compara en índices de escucha con ciertas
bandas electrónicas de hoy en día. Bandas a nivel nacional como Árbol, Las
Manos de Fillipi, Kapanga, Los Pericos, etc. si bien siguen sonando, no dejan
de ser análogas en una era digital. Y a bien de unos y mal de otros, ya la
música al aire libre, en contacto con la naturaleza, que nos transporta
(TRANS-POR-TA), la aventura. Géneros como el surf que lo único que hacen es inyectar endorfinas al cuerpo y
siempre con ese tono de historieta, también ha caído de los anaqueles de la
habitualidad. Queremos más surf en la
radio!
¿A DÓNDE SE
FUE LA AVENTURA?
Todos los días
Juan Pérez se embarca en un camino, en uno de los engranajes que debe hacer
girar ese momento. Así interactúa con otros y sabe que cualquier movimiento
desencajaría el juego de la máquina. Así que gira, clavado en una posición y
sin posibilidad de alterar el funcionamiento. Pero eso también es un lindo
laburito. Tomarse el bondi todos los días es una aventura, con diferentes
personajes y escenas. Canto II: “El 86 a la oficina”. Y el trabajo de cada uno
un diferente título. Y lo más lindo es que ocurre en una sola cabeza. Es
nuestro juego. La dimensión análoga se anota un punto, y empata a la era
digital (eso pasa cuando una producción es de manufactura mental propia
individual y no producto absorbido a través de X dispositivo).
El cuerpo
necesita estar en contacto con la tierra, la naturaleza, los bichos, y las
cosas que a eso lleven deben ser geniales. Donde se dan la mayor cantidad de
ocurrencias análogas que queremos. En momentos de reflexión, donde simplemente
uno se ve sobre un paisaje. Está incluido en el panorama. Es ahí donde quizás,
si hay suerte, te hace acordar esa parte dormida. Te suena. Se huele. E
inconscientemente se recuerda. De niños jugar en la tierra era salvaje, era
divino de alguna forma. Entonces fue una aventura. Y éramos nosotros los
protagonistas, en tiernas inocencias y empolvados, mientras sonaba algún 70-80
en la radio, que las vivíamos.
Por eso me
pareció agradable la idea de dedicarle unas pocas líneas a esto. Quizás así
tengamos la posibilidad de hacer de cada día una aventura, ya que ya lo hicimos
una vez. Ver cómo salen las cosas. Despegarse y desapegarse del circuito
mediático unos momentos, de la masa y la globalización. Sentirse uno mismo el
protagonista de acontecimientos que, cotidianos y habituales, si fuéramos a
narrar un día nuestro de forma detallada cada uno merecería un párrafo, cuando
no dos. Sentirnos héroes en nuestra rutina. Elige tu propia aventura, marinero…
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